Salgo como cada día sobre las siete de la mañana. Desayuno bien, en el albergue me ofrecen tostadas con mantequilla y mermelada y café. Todo por tan sólo un donativo.
Esta etapa es de las más largas que voy a hacer, son algo más de veintinueve kilómetros y medio.El perfil de la etapa también es quebrado, de forma que hay que alcanzar el pico más alto de toda la Vía de la Plata, el pico de Dueñas.
En principìo la señalización es buena, aunque se echan en falta los cubos con azulejos amarillos y verde que forman parte de las señales que en Extremadura indican por donde discurre el Camino de Santiago y por donde va la antigua calzada romana.
Después de algo más de hora y media empiezo a perder de vista las flechas amarillas, debo de haberme pasado alguna o quizás aquella que medio borrosa ví debería haberla seguido.
Lo cierto es que ando y ando y estoy perdido; a lo lejos veo un coche y un señor que se sube en él, acelero el paso para preguntarle antes de que se vaya. El hombre me indica que he de subir hasta los molinos (generadores eólicos). Sigo la marcha pero sigo perdido.
Después de un buen rato vagando por aquellos caminos, entre fincas valladas, me encuentro con un par de ciclistas, respiro hondo. Buen por buen camino.
Al rato vuelvo a encontrar las flechas, ahora me queda la ascensión al pico de Dueñas. El agua se me va terminando y el calor empieza a apretar, la subida se he hace interminable.
Después de un rato empieza la bajada, una bajada sin complicaciones, que me lleva hasta una carretera que he de tomar.
Detrás de mí veo acercarse un caballista, le pido un poco de agua y a duras penas me ofrece un buche. En ese momento pasa un coche, el caballista lo para y le pregunta cuanto queda para Morille, yo le pregunto donde me pueden dar agua, pues sabía por las guía que en una finca antes de llegar a San Pedro de Rozados solían dar agua a lo peregrinos.
Después unos dos kilómetros llego a una finca , Calzadilla de los Mendigos; es una finca de reses bravas, de la ganadería de Montalvo .
Hay allí un muchacho vestido con un mono azul, me acerco y le pido agua; amablemente me dice que le siga y saca un bidón de agua fresca del que bebo toda la que quiero e incluso lleno una botella. Fue mi salvación.
Me indicó el chaval que un poco más adelante había un gran encina a cuya sombra podía descansar y así lo hice aunque la impaciencia me llevó a proseguir el camino en unos minutos.
La alegría fue mayor cuando al lado de la carretera divisé un letrero que indicaba la distancia hasta el albergue: dos kilómetros. Eran más de las tres y media de la tarde, pero pensar que ya sólo me quedaba una media hora para concluir la etapa me dio alas.
Por fin llegué hasta San Pedro de Rozados,busqué un lugar donde tomar algo y luego me dirigía la albergue. Un albergue pequeñito en el que de momento sol estaba yo, después llegó una pareja alemana. La hospitalera es una muchacha muy agradable. San Pedro de Rozados no tiene nada importante que ver así que por la tarde volví al bar, me senté allí y esperé la hora de la cena. Cené bien aunque por estos lugares se come mucha carne.