Pasando por pequeños pueblos como Asturianos y Remesal llegábamos por carretera hasta Puebla de Sanabria. Después nos esperaba una importante subida hasta el corazón de la famosa localidad de los lagos. Unas empinadas e interminables escaleras nos condujeron hasta el castillo y la bella iglesia. A pesar de que el esfuerzo fue grande, la contemplación de los edificios y calles de Puebla de Sanabria mereció la pena.
Ese día nuestro albergue era un colegio de religiosas enclavado en el centro del pueblo.
Nos instalamos allí junto a otros peregrinos y fuimos a dar un paseo para conocer mas de cerca los hermoso edificios de la villa y los paisajes que desde todo lo alto podíamos ver.
Estábamos ilusionados y dispuestos a seguir nuestro Camino, pero aparecieron las lesiones. Mi compañero no podía dar un paso mas; aquejado de una fuerte tendinitis le resultaba penoso, a pesar de haberlo intentado, continuar; así que decidimos que lo mejor era dejar nuestra aventura para tiempos mejores y nos volvimos, no sin pena, a Sevilla.