Después de doce días, por fín, llegué a Santiago.Aunque la entrada en la ciudad, como es frecuente en casi todas, no es bonita; a penas vas acercándote al casco antiguo empiezas a respirar el ambiente peregrino.
Tras callejear un poco, te das de bruces con la espléndida fachada del Obradoiro. La plaza está repleta de peregrinos y de mochilas que descansan en el suelo.
Sientes la alegría de haber cumplido tu objetivo, pero al mismo tiempo te embarga un sentimiento de tristeza porque vas a abandonar esos días de vagabundeo descubriendo a cada paso lugares desconocidos.
Los peregrinos, con los que has coincidido en pasadas jornadas, van despidièndose y tu te llevas en la memoria los momentos, las vivencias, los apuros compartidos. Esos recuerdos te acompañarán para siempre.
Este fue mi primer Camino, tras de él vinieron otros. La experiencia mereció la pena vivirla y recomiendo a quien pueda realizarla que no deje escapar la ocasión y se lancé al Camino de Santiago.