Después de un buen trecho paré a refrescarme, pues hacía calor, y a descansar unos instantes. Fue entonces cuando, mientras comtemplaba pasar peregrinos y más peregrinos, comencé a ser cosnciente del rico y abundante mensaje que aquellos polvorientos caminos, aquellas tierras, aquellas humildes aldeas y pequeños pueblecitos me mandaban.
En cada pobre fachada, en las altaneras piedras blasonadas de nobles mansiones, en cada rincón estaban escritas las vidas, las historias, la existencia de hombres y mujeres que durante siglos habitaron estas tierras castellanas.
¿Cuántas veces, mientras caminaba, no me habré preguntado por las alegrías y las tristezas de los habitantes de esas tierras que iba descubriendo?
Tan absorbidos por nuestra forma de vida estamos que no somos capaces de darnos cuenta de la realidad que viven otras personas, en otros lugares, con otros problemas., con otras inquietudes.
Por eso creo que el Camino de Santiago, además de otras muchas cosas que pueda ofrecer a cada caminante, nos abre la posibilidad de encontrar otras formas de existencia diferentes y a poco que el espíritu crítico venza al desprecio y a la indiferencia, la reflexión nos llevará a crecer en nosotros mismos.
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