Último domingo de julio. Son casi las nueve de la mañana y el ambiente es fresco para la época del año.
La ciudad apenas ha despertado. Las calles están casi vacías, sólo unas cuantas personas van y vienen. Algunos ciclistas y algunos corredores que aprovechan las suaves temperaturas.
Una luz especial llena los rincones de la ciudad que parece más hermosa aún.
Sevilla, por más que la conozcamos, siempre nos muestra un nuevo detalle en el que la belleza y el arte sorprenden al obsevador.
En estos tranquilos paseos podemos alzar la vista y descubrir aspectos que a diario, con las prisas de la vida diaria, escapan a la vista.
Calles desiertas en las primeras horas del día. Cuesta imaginar el trajinar cotidiano de coches, bicicletas y peatones que frecuentan estos lugares habitualmente.