Después de una larga noche de autobús, llegué a Oviedo con la idea de subir hasta el Naranco para visitar las hermosas iglesias prerrománicas de Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo. Con esta idea, después de preguntar a algunas personas puse dirección hasta llegar al lugar en el que están enclavadas estas dos joyas del arte asturiano.
Una empinada cuesta de casi tres kilómetros me esperaba hasta llegar a las proximidades de Santa María del Naranco. Cuando llegué me informaron que a las nueve y media abrían para la visita. Tras esperar unos minutos, por fin, apareció el guía y junto a él entré en Santa María del Naranco escuchando sus interesantes explicaciones.
Después llegó el turno de entrar en San Miguel de Lillo. Debido al estado de las pinturas murales de esta última iglesia no está permitido hacer fotos del interior
Había sido un comienzo exigente pero la visión de estos monumentos extraordinarios sin duda mereció la pena aunque eso retrasase mi marcha.
Pregunté y me indicaron que podía tomar una carretera que iba hacia Ules para llegar hasta el alto del Escamplero.
Tomé la carretera y recorrí unos buenos kilómetros hasta que por fin encontré el Camino y a los primeros peregrinos. Asturias se abría a mi vista con toda su belleza y todos sus secretos.
El día no era muy caluroso. Entre sol y sombra fui avanzando mientras recordaba las imágenes que desde el autobús había podido ver. Las montañas conservaban nieves en los picos más altos y los arroyos y ríos daban al paisaje un toque especial.
Llegando al Escamplero coincidí con un peregrino de mi edad que, según me comentó, era todo un experto en los Caminos. Creo que no le faltaba por hacer ninguno. Era gallego, de Santiago. Después de registrarnos en el albergue tomamos una copa y me ofreció un "culín" de sidra.
El albergue terminó por llenarse.
La etapa, -unos nueve kilómetros- no me resultó especialmente dura a pesar de la subida al Escamplero. Hay que tener en cuenta que había subido en Oviedo para ver el prerrománico por lo que consideré no continuar más adelante por ser el primer día y después de una noche sin dormir.
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