El día de Abadín es uno de esos días que recuerdas con agrado.
Llegué al albergue, como otros días, me instalé, tomé una ducha y me dispuse a dar una vuelta por la pequeña localidad gallega.
Descubrí un bar-tienda en el que tomé una cerveza. A la puerta de ese establecimiento estaba el grupo de peregrinos que había pernoctado la noche anterior en el mismo albergue que yo. Me acerqué a ellos y comenzamos a charlar animadamente. Al rato uno de ellos me pregunta que si me voy a cenar con ellos. La idea me pareció buena y allá que nos fuimos a otro bar, creo que era el único, que había en el pueblo.
Cenamos, tomamos unas copas, cantamos y bailamos. La hija del dueño del bar se unió a nosotros; la muchacha cantaba bastante bien.
Al despedirnos el dueño nos invitó a un chupito de orujo, así que aquella noche dormimos bien.
Durante más de una semana el grupo de peregrinos y yo fuimos coincidiendo en el Camino y en los albergues.
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